En una era de multipersonalidades, subpersonalidades y poli-identidades en la que nuestra identidad para nuestro contexto social y comunitario importa casi más que quiénes seamos o lo que queramos decir la antigua máscara, la antigua persona, que era y es nuestra cara cada vez tiene menos valor. Sí, está en el DNI, sí, se está desarrollando software de reconocimiento facial que cada vez da más miedo porque se promueve en regímenes totalitarios o con tintes totalitarios pero la clave está en que en el día a día de las personas corrientes que pululamos internet nuestra cara normalmente no es conocida o importa bien poco. Ni siquiera gente que se dedica a vender su imagen bien a través de tutoriales de maquillaje, onlyfans o un canal propio en pornhub necesitan enseñar su cara o son reconocidos por su cara. Si ya nos ponemos a hablar de twitteros, youtubers, instagramers, influencers y las personas que día tras día interacciona con este tipo de contenido pues hasta luego, apaga las luces que se acabó. La miríada de nombres falsos, avatares de fútbol, nicks con banderas, cuentas parodia, que encontramos es no menos que sorprendente.
Esto, por otro lado, no es para nada algo nuevo, ya que desde que el internet es internet nos hemos comunicado a través de "nicknames", apodos, nombres de usuario que nos identificaran ya que era peligroso poner tu verdadero nombre en la red. Por lo que ni nuestro nombre ni nuestra cara son elementos que formen parte de nuestra identidad en el espacio virtual. A uno se le reconoce más por sus textos, su voz, sus gifs, sus memes o lo que sea y es muy normal tener más de una cara. Aunque sea una para cada red social.
En este maremágnum qué queda de las caras. Quiénes somos ya. Para contestar estas preguntas realicé estos trabajos ayudándome de una inteligencia artificial capaz de crear rostros que no existen. Estas personas que verán a continuación nacieron de mis rasgos pero es bastante improbable que las conozcan en sus vidas.
Qué es real ya si ni nuestras caras lo son. Qué gusto.