La violencia es otro tipo de comunicación, y en buenas manos y con afecto puede ser un lenguaje poderosísimo del reconocimiento corporal, personal y material de la otra así como una manera increíble de procepción. Nos hace estar presentes más que nada.
Cuando amamos estamos invadiendo el terreno personal de otra persona. Estamos: primero asumiendo que esa persona nos va a recibir, segundo que esa persona nos quiere cerca, tercero que esa persona quiere que hagamos lo que sea que vayamos a hacer, cuarto que esa persona está siendo sincera o quinto que esa persona no va a huir. Y un largo etcétera de suposiciones. Porque no se puede amar a otra persona a solas a oscuras en tu cuarto. Puedes querer amarla, pero para amar necesitas invadir.
Cuando damos un abrazo lo que hacemos es dejarnos totalmente indefensas a cualquier ataque, confiar en que van a recibir bien esos brazos y ese peso, imaginar que estamos haciendo algo bueno por esa persona, y dejar nuestra más íntima vulnerabilidad al aire. Por eso es tan bonito cuando al abrazar a alguien ese alguien nos abraza.
¡Y el amor tiene violencia! No en el sentido de abusos y maltratos, eso es horrible y hay que condenarlo y destruirlo. No, me refiero en el sentido de la violencia de invadir, de estar, de avasallar. El amor es acercarse y comunicarse, ver hasta donde podemos estar en ese espacio común que se construye entre todas. Esto es una reivindicación de la violencia buena, la que se experimenta con afecto. Quizá un día escribo algo más, de momento esto, que hoy estoy de bajón. Son telas to' grandes eh.